La vidente extraordinaria.

La vidente extraordinaria

________________________________

___________________________

______________________

La señora Trinquet acababa de recibir con la firma de “una señora que la quiere bien”, una misiva de letra laboriosamente disfrazada, en la que se le advertía la posibilidad de que su marido no fuese un ejemplo acabado de hombres fieles.

El escrito le produjo honda indignación, porque hallábase convencida de que el señor Trinquet volvía siempre a casa puntualmente, diez y siete minutos después de salir de la oficina, y de que le entregaba íntegros sus emolumentos de subsecretaría de la Intervención general.

Hombre tan exacto y metódico no podía tener tiempo ni gusto para ser versátil

Aquella carta dimanaba, sin duda, de una mujer envidiosa o de una sirvienta despechada. Dos días después se la enseñó a su amiga, la señora de Breche, por si daba la casualidad de que fuese la autora.

El señor Breche, colega del señor Trinquet, no había sido nombrado subjefe, como su mujer esperaba. El señor Breche dilapidaba la vida en mil caprichos, mientras que el señor Trinquet era todo seriedad y placidez. Este no puso los pies jamás en un café, mientras que aquel hacía en ellos estaciones frecuentes y prolongadas.

La señora de Breche era una de esas mujeres a quienes la dicha del prójimo ofendía como una injuria personal. Todo porque la señora Trinquet poseía un marido ponderado y subjefe, en tanto que el suyo era un derrochador mujeriego y simple oficial primero. Además, la primera tenía una criada y ella solo una asistenta.

-No hay que dar fe a este género de denuncias- dijo la señora de Breche después de examinar la pérfida epístola- sin embargo, no hay humo sin fuego…

-¿Usted cree que Trinquet?...

-Yo no creo nada de nada, mí buena amiga… Al contrario, considero a su marido incapaz de olvidar sus deberes… Acaso sea objeto de las maquinaciones de alguna sinvergüenza… Desde que en la administración pública han entrado dactilógrafas no duermo más que con un ojo.

-Yo no puedo ir a vigilarle en su oficina…

-Naturalmente… Pero, mire usted, conozco a una vidente extraordinaria que ha revelado a varias amigas mías cosas de maravilla… Con que usted le entregue un pequeño mechón de pelo de su marido, después de guardarlo ella durante siete horas, no le ocultará el menor detalle de lo que haga…

Impulsada por una curiosidad angustiosa, la señora de Trinquet aprovechó el sueño de este para cortarle un mechón de pelo negro y se lo entregó a la señora de Breche, la cual lo sustituyó por uno de su propio marido, que envió por conducto de su asistenta a la señora Caldea, pitonisa de profesión.

La maquiavélica señora de Breche se frotaba las manos pensando en la cara que pondría la señora de Trinquet cuando, en su abstracción profética, la sibila le anunciase que el dueño de aquel pelo era una mala persona que perdía la razón en el fondo de un vaso y que llevaba una existencia de polichinela.

Al aparecer la señora de Trinquet, temblorosa, ante la sonámbula, la señora de Breche apenas podía disimular la ferocidad de su triunfo.

Paro las primeras frases de la señora de Caldea la sumieron en un lago de mortificaciones.

-La persona a quien esto pertenece- dijo sosteniendo entre los dedos un mechoncito de cabellos rizados- es un modelo de fidelidad… Sería raro encontrar un corazón tan fiel en la especie humana, y únicamente el pero podría dar idea semejante de una constancia tan inalterable… Si, esta persona es abnegada, sincera y sin malicia… La creo capaz de arrojarse sobre un enemigo cien veces más fuerte que ella, aun con riesgo de de su vida, si amenazase al ser a quien ama… No fuma, no bebe más que agua; pero se halla dotada de un apetito soberbio… Le gusta roer los huesos y adora el azúcar. Haría las mayores locuras por un terroncito… Posee un carácter igual y manifiesta su contento por medio de gritos y saltos… Se puede tener en ella una confianza ilimitada…

La señora Trinquet, radiante de satisfacción, reconoció que en el retrato había muchos rasgos verdaderos. Su marido no bebía más que agua ligeramente teñida con vino y no fumaba. Gustábanle los manjares y sentía gran placer en mondar los huesos, prefiriendo del pollo, el caparazón y del conejo la cabeza. Pero aunque le agradaban os dulces, no sentía gran preferencia por el azúcar, hasta el extremo de poner solo un terrón en su taza de manzanilla. Además, era raro que se pusiera a saltar… Fuera de estos detalles, todo lo demás correspondía a la exactitud y consagraba a la señora de Caldea como vidente milagrosa.

La señora de Breche (autora de la carta… ¡por supuesto!) se marchó a su casa corrida y escarmentada. ¡Ella sabía que su marido no era así!

Y el señor de Trinquet quedó como lo que era un buen señor, fiel amante de su mujer, atento con ella, haría cualquier cosa… ¡ah! lo de saltar y roer huesos! Bueno, es que la asistenta de la señora Breche, perdió el paquetito con el mechón y por el camino se la ocurrió cortar un mechoncito de la frente al pequeño “Babylas”, el caniche negro de su ama.

Publicada en el Lecturas de Junio del año 1926. El autor fue: Gastón Derys.