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lunes, 15 de febrero de 2010

El cazador de venados

Espero que los defensores de los animales entiendan el por qué he escrito esta historia que en modo alguna ataca la defensa que de ellos hacen 








El cazador de venados
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A finales del año 1868, el Ilustrísimo Sr. Dn. Ignacio Arciga, Arzobispo de Michoacán (Mexico), visitaba por primera vez una de las principales parroquias de su vasta diócesis. Hallándose en el confesionario para administrar, según su costumbre, el sacramento de la Penitencia a los adultos que habían de recibir luego el de la Confirmación, notó entre la multitud de penitentes que le rodeaban, un pobre tullido que pacientemente esperaba su turno. Llamole al punto el Prelado para ahorrarle la molestia de tan larga espera, y empezó a interrogarle según solía hacerlo, por causa de la suma ignorancia de la doctrina cristiana en que yacía sumida aquella pobre gente, siendo grande la escasez de clero en toda la comarca.

-¿De donde eres?- le preguntó el Arzobispo.


-Padrecito- contestó el tullido, con ese mimoso lujo de diminutivos propio de aquellas tierras- de un monte que dista de aquí más de quince leguas.


-¿Y como has venido?


-Atravesado en un mulo, Padrecito.


-¿Qué estado tienes?


-Viudo, Padrecito con dos hijas.


-¿Cuál es tu oficio?


-¡Cazador, Padrecito!


-¡Cazador, tú!- exclamó el Arzobispo, estupefacto, sin poder contener la risa.


-Sí, Padrecito- respondió muy formal el tullido.


-Pero ¿Qué es lo que cazas?


-Cazo venados, Padrecito.


-¿Venados?... Vamos hombre, eso no puede ser- replicó el Arzobispo entre risueño y enojado, por creer que se las había con un tonto o con un pícaro.


Mas sus dudas se desvanecieron y la curiosidad se apoderó de su ánimo al ver que, encogiéndose de hombros, el tullido añadió con la sencilla convicción del que posee la llave de un enigma:


-No sería ciertamente, si mí Padre Dios no me ayudase.


Sorprendido el Arzobispo de tan sencilla como profunda respuesta, rogó al tullido que le refiriese minuciosamente su género de vida.

-Pues mire su merced- contestó el tullido, con la misma sencilla calma- como he dicho antes, soy viudo hace muchos años, y no tengo más familia que mis hijas… Paso los días que el Señor me da de vida de este modo: Al levantarme por la mañana, digo una oración a mí Padre Dios. Almuerzo lo que mis hijitas me tienen ya preparado, y arrastrándome después como puedo, salgo al campo con mí carabina. A los pocos pasos que he andado fuera de mí casa, ya mí Padre Dios me tiene un venadito como se lo he pedido en mí corazón. Lo mato, vienen mis hijas, lo llevan a casa, y con la carne y los cuernos que mandamos vender, nos mantenemos muchos años ha.


Maravillado el Arzobispo, así de lo que decía el tullido, como de la sencilla ingenuidad con que lo relataba en su inimitable y pintoresca jerga, le instó a que dijera en qué oración diariamente pedía el venado a aquel Dios que con verdadera confianza de hijo llamada su Padre.


-¡Eso no haré, padrecito; eso no haré!- replicó vivamente el tullido.


-Pero ¿por qué?


-Porque me da vergüenza.


-Pero, hijo mío: ¿no dices esta oración delante de tu Padre Dios?


-¡Ah!, sí, Padrecito. Pero mí Padre Dios… Vamos, mí Padre Dios es otra cosa…


-Mira, yo te ruego que me la digas… ¿Por qué no has de darme se gusto?


-Padrecito… haré todo lo que su merced me mande, pero eso no, porque me da mucha vergüenza.


-Pues eso es lo que ahora te pido… Vamos hombre, dame ese gusto, que eso no debe avergonzarte.


-Pero Padrecito, si esa oración no la he aprendido en ningún libro ni me la ha enseñado nadie.


-Sea como fuere… Dila.


-Pues mire, Padrecito, porque usted no lo tome a desaire, se la diré. Cuando me pongo de rodillas en mitad de mí jacalito, le digo a mí Padre Dios: ¡Ea, Padre Dios! Tú me has dado estas dos hijas, y también tú me has dado esta enfermedad que no me deja andar… Yo tengo que alimentar a mis doncellitas, porque ellas no han de ir a ofenderte… Ea, pues, Padre mío, ponme aquí cerca un venado donde lo pueda matar y así quedará socorrida esta pobre familia.


El Arzobispo le escuchaba absorto, como si el Príncipe de la Iglesia aprendiese del infeliz tullido; y este, sin reparar en la admiración de aquel, concluyó sencillamente: -Esta es la oración, Padrecito… Y cuando la he dicho, salgo al campo seguro de encontrar lo que he pedido a mí Padre Dios, y lo encuentro siempre… Y en veinte años que llevo de estar enfermo, nunca me ha faltado este socorro, porque mí Padre es muy bueno, muy bueno…

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Ésta entrañable historia la leía cuando iba a la escuela, pero además en mis primeros años. Y hace dos o tres días, rebuscando en "el baul de los recuerdos" lo encontré. Ni siquiera la recordaba. He estado leyendo el libro durante varios días y entre otras muchas muy bonitas, he recordado esta historia y he decidido traerla, esperando que a nuestra princesita le guste.

(El libro se titula Lecturas. Libro segundo y la historia la firma:  Padre Coloma).

Y para desagravio de los defensores de los animales, también encontré este poema que mí madre nos recitaba también cuando yo era un niño. La escribió un español llamado Carlos Ossorio y Gallardo.


Bonita lección
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-¡Papá, papá!- decía
la tierna Rosa del jardin volviendo-.
La jaula que guardaste el otro día
no seguirá vacía,
porque he encontrdado el nido que estás viendo.
¡Mira que pajaritos tan pintados!
En esa jaula les pondré su nido;
prodigaré solícitos cuidados

a los que aprisionar he conseguido,
y les daré, en constantes ocasiones,
migas de pan, alpiste y cañamones.
Luego la jaula pintaré por fuera
y mandaré que doren su alambrera...
Pero... ¿en que estás pensando?
¿No me escuchas, papá?... ¡te estoy hablando!
-Si, querida hija mía.
Pensaba, al escuchar esta querella,
que en la cárcel me han dicho que hay vacía
una celda muy bella...
y que te pienso trasladar a ella.
Como allí el reglamento es algo fuerte,
ni tú mamá ni yo podremos verte,
pero te mandaremos cien brocados
que aumenten tu hermosura 
y haré dorar cerrojos y candados,
y de bronce pondré la cerradura.
Pero... ¡como!... ¿llorando estás por eso?
-Ya no lloro, papá. Te he comprendido...
Corro a llevar al árbol este nido,
y... vuelvo  por un beso.





























1 comentarios:

Marucha dijo...

Esta historias estan muy lindas.

Que gran detalle publicarlas para nuestra peke.

Reciba Jessi muchos besitos,y tu,Francisco,gracias por darme la satisfacción de conocer estos relatos.

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