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miércoles, 17 de febrero de 2010

Calor de los corazones



Calor de los corazones

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Allá donde termina la dilatada llanura sembrada de blancos caseríos, que contemplo desde mí ventana, hay un verde y profundo valle. Por el fondo de aquel valle baja un río hacia la llanura, y por el margen de aquel río sube un camino hacia mí aldea. Junto a mí casa hay otra, abrigada con ricas alfombras y encendidas estufas, y diáfanos cristales, a cuya ventana se asoma con frecuencia un hermoso niño, que mientras yo dirijo la vista hacia las llanuras del ocaso, dirige la suya hacia las montañas del oriente.

Hace dos días que no he visto a aquel niño asomado a la ventana; pero, en cambio, veo que asoma su madre contenta y hermosa, y le pregunto:



-¿Dónde está el niño, que no se asoma a la ventana hace dos días?



-Se nos ha escapado a la aldea.
Y la vecina se retira de su ventana, y yo sigo asomado a la mía mirando a la llanura y pensando en el niño, con los ojos poco menos que arrasados en lágrimas, porque la fuga de aquel niño es para enternecer corazones más duros que el que Dios me ha dado.
Tras de las montañas hacia donde el niño suele dirigir la vista desde su ventana, hay una pobre aldea escondida entre castaños y nogales.
Apenas nació el niño, su madre, temerosa de ajar su propia hermosura si alimentaba a sus pechos al concebido en sus entrañas, se le entregó a una pobre aldeana para que le alimentase a los suyos por un mezquino salario.

Y el niño que había nacido en una casa abrigada con ricas alfombras y encendidas estufas y diáfanos cristales, fue a vivir en una pobre casa de aldea, donde penetraba por todas partes el viento y la lluvia.
La pobre aldeana, así que tocaron su seno los labios de aquel ángel, le dio el dulce nombre de hijo, y sonrió de santa alegría cuando vio que el niño crecía y tomaba el color de la rosa al calor de su seno, y se estremeció de gozo cuando oyó que el niño arrojado del regazo materno le daba a ella el dulce nombre de madre.
El niño fue creciendo hermoso y feliz a la sombra de los castaños y de los nogales de la aldea, donde había un hombre y una mujer que le llamaban hijo, y unos niños que le llamaban hermano y unos corazones que se entristecían cuando él estaba triste y se alegraban cuando él estaba alegre.



Y la pobre aldeana, aunque con grandes penas adquiría el pan para su familia, no se atrevía a venir a la villa a recibir un puñado de dineros de la rica y hermosa señora que vive junto a mí casa, porque temía volver llorando a la aldea con la noticia de que le iban a quitar su hijo.


Y cuando en las melancólicas tardes de otoño ella y su hijo adoptivo trepaban a la montaña a recoger el fruto de os castaños, y allá abajo en el fondo del valle, veían las torres de la opulenta villa, el hijo y la madre se miraban llorando y se abrazaban.


Y, al fin, a la pobre aldeana le quitaron el hijo, por más que ella, su marido y sus hijos lloraban, y pidieron a la rica señora que vive a junto a mí casa que tuviese misericordia de ellos y no llenase de desconsuelo su hogar.

En una pobre aldea, escondida, como la mía, entre castaños y nogales, hay un hogar donde una mujer, un hombre y unos niños hablan a todas horas, con lágrimas en los ojos, de un niño ausente, y se asoman a la ventana a ver si le ven venir, y cuando le ven llegar por la arboleda lanzan gritos de alegría y corren a su encuentro, y lo besan y le abrazan, y la pobre mujer llora, le llama hijo de su alma, y le enjuga con el delantal el sudor de la frente, y mira si trae los pies mojados, y le abotona la chaquetilla para que no se quede frío, y echa leña en el hogar para que se caliente, y le hace de merendar porque piensa que vendrá muerto de hambre.


Y cuando pregunta la gente de la villa al niño por qué le gusta más que la casa de la villa la casa de la aldea, contesta:

-Porque en la villa tengo mucho frío.


¡Ay, calorcito de los corazones, cuanto más vales que el de las alfombras y las estufas!






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La historia es del libro Lecturas libro segundo, de cuando yo era niño e iba a la escuela. El autor de esta historia: Antonio de Trueba.


Y las fotos se las he pedido prestadas a mí amiga Miuíka del blog:

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Dulce niña Jessi, debes de estar muy feliz, estas historias no solo son cuentos, tambien son historias reales, un poquito adornadas y endulzadas, pero són, reales, han existido y existen, disfruta la compañia de tus papás, familia y amigos, pues todo dura por un poco de tiempo.
Que la felicidad te haga sonreir.
Un abrazo muy grande.
Ambar.

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